I. Adagio sostenuto (attacca:) ………………………………....218 palabras
Con un leve gesto que duró años consigue deshacerse de un cielo crepuscular para adentrarse en una realidad de tungsteno. Un movimiento de muñeca, otro de cadera, un paso, otro paso, levanta la cabeza y por fin puede contemplar el ajetreo de la cafetería. La vida de la universidad se hace allí. Es pronto, poco más de las seis y media de la tarde, las mesas aún están pobladas. Él no tiene prisa. Quiere un café. Le sobra el tiempo. Todo. Camina y arrastra el peso de su sombra hacia la máquina expendedora de tickets. Vuelve a la barra. Le viene a la memoria un fogonazo de su infancia.
―Me gustaba tomar el café con doce cucharadas de azúcar. Ahora, en cambio, no ―confiesa al camarero.
―¿Algo más? ―le responde.
Está solo en la barra. Torpe, tira el azucarillo al suelo. Lo mira con desdén. Cuando lo va a recoger, todavía inclinado, ve como se aproxima una chica con unos zapatos de rayas atigradas blancas y negras y se coloca, paralela, a cinco metros de él. Tenía un té escarlata sobre la mesa, que esperaba, paciente.
La chica sonríe, le mira a los ojos, sonríe un poco más, se toca la comisura de los labios y le dice:
―Sí. El color de mi té es muy curioso… ¿Verdad?
II. Allegretto ……………………………………………...........209 palabras
Todavía se le reflejaban los haces de un cielo naranja quemado sobre la espalda cuando entró en la cafetería. Mucho ruido. La atmósfera, de nicotina. No es tarde, las siete menos veinte, hay gente en las mesas, juegan al mus, charlan, discuten, gritan, pero la barra está ya despejada. Se acerca decidido a la máquina expendedora para sacar un ticket. Quiere un buen café. Necesita despejarse para escribir el ensayo. Tintinea con los dedos mientras espera que se imprima. Lo recoge y gira sobre su propio eje para dárselo al camarero y confiarle un recuerdo de su infancia:
―Me gustaba tomar el café con doce cucharadas de azúcar. Ahora, en cambio, no.
―¿Algo más? ―le responde.
Coge el azucarillo y antes de abrirlo se le cae. Casi lo agarra al vuelo, a media altura, cuando, en ese preciso momento, ve como se acerca una chica con unos zapatos de rayas atigradas blancas y negras a la barra y se coloca, paralela, a cinco metros de él. Había pedido un té escarlata y lo tenía sobre la mesa.
La chica sonríe, le mira a los ojos, sonríe un poco más, se toca la comisura de los labios y le dice:
―Sí. El color de mi té es muy curioso… ¿Verdad?
III. Presto ……………………………………………....………....226 palabras
Con un golpe seco de muñeca abre la puerta y se mete en la cafetería. No puede esquivar el olor a fritanga. Se encuentra de repente en el meollo de la vida universitaria. En el corazón de las tinieblas. Consigue llegar a la barra tras sortear a más de un despistado que se ha parado a charlar justo en el lugar más inoportuno. Intenta aislarse del bullicio, concentrarse en lo que tiene que escribir a continuación y para lo que apenas le quedan dos horas. Son casi las siete. Necesita un café. Ya. Se mete la mano en el bolsillo y busca una moneda. Percute con ella la ranura de la máquina hasta que cede y deja que se introduzca. Se acuerda de su infancia. Qué tiempos.
―Déme un azucarillo. Se le ha olvidado ponérmelo ―apremia al camarero.
―¿Algo más? ―le responde.
Cuando lo va abrir se le cae al suelo. Se agacha y justo en el instante en el que lo caza ve como una chica con unos zapatos de rayas atigradas blancas y negras se coloca, paralela, a cinco metros de él. Tenía un té escarlata ya frío sobre la barra.
La chica sonríe, le mira a los ojos, sonríe un poco más, se toca la comisura de los labios y le dice:
―Sí. El color de mi té es muy curioso… ¿Verdad?