domingo, diciembre 04, 2005

Sonata para Piano No.14, Op.27, No.2 in C sharp minor ‘La chica del té’

I. Adagio sostenuto (attacca:) ………………………………....218 palabras

Con un leve gesto que duró años consigue deshacerse de un cielo crepuscular para adentrarse en una realidad de tungsteno. Un movimiento de muñeca, otro de cadera, un paso, otro paso, levanta la cabeza y por fin puede contemplar el ajetreo de la cafetería. La vida de la universidad se hace allí. Es pronto, poco más de las seis y media de la tarde, las mesas aún están pobladas. Él no tiene prisa. Quiere un café. Le sobra el tiempo. Todo. Camina y arrastra el peso de su sombra hacia la máquina expendedora de tickets. Vuelve a la barra. Le viene a la memoria un fogonazo de su infancia.
―Me gustaba tomar el café con doce cucharadas de azúcar. Ahora, en cambio, no ―confiesa al camarero.
―¿Algo más? ―le responde.
Está solo en la barra. Torpe, tira el azucarillo al suelo. Lo mira con desdén. Cuando lo va a recoger, todavía inclinado, ve como se aproxima una chica con unos zapatos de rayas atigradas blancas y negras y se coloca, paralela, a cinco metros de él. Tenía un té escarlata sobre la mesa, que esperaba, paciente.

La chica sonríe, le mira a los ojos, sonríe un poco más, se toca la comisura de los labios y le dice:
―Sí. El color de mi té es muy curioso… ¿Verdad?


II. Allegretto ……………………………………………...........209 palabras

Todavía se le reflejaban los haces de un cielo naranja quemado sobre la espalda cuando entró en la cafetería. Mucho ruido. La atmósfera, de nicotina. No es tarde, las siete menos veinte, hay gente en las mesas, juegan al mus, charlan, discuten, gritan, pero la barra está ya despejada. Se acerca decidido a la máquina expendedora para sacar un ticket. Quiere un buen café. Necesita despejarse para escribir el ensayo. Tintinea con los dedos mientras espera que se imprima. Lo recoge y gira sobre su propio eje para dárselo al camarero y confiarle un recuerdo de su infancia:
―Me gustaba tomar el café con doce cucharadas de azúcar. Ahora, en cambio, no.
―¿Algo más? ―le responde.
Coge el azucarillo y antes de abrirlo se le cae. Casi lo agarra al vuelo, a media altura, cuando, en ese preciso momento, ve como se acerca una chica con unos zapatos de rayas atigradas blancas y negras a la barra y se coloca, paralela, a cinco metros de él. Había pedido un té escarlata y lo tenía sobre la mesa.

La chica sonríe, le mira a los ojos, sonríe un poco más, se toca la comisura de los labios y le dice:
―Sí. El color de mi té es muy curioso… ¿Verdad?

III. Presto ……………………………………………....………....226 palabras

Con un golpe seco de muñeca abre la puerta y se mete en la cafetería. No puede esquivar el olor a fritanga. Se encuentra de repente en el meollo de la vida universitaria. En el corazón de las tinieblas. Consigue llegar a la barra tras sortear a más de un despistado que se ha parado a charlar justo en el lugar más inoportuno. Intenta aislarse del bullicio, concentrarse en lo que tiene que escribir a continuación y para lo que apenas le quedan dos horas. Son casi las siete. Necesita un café. Ya. Se mete la mano en el bolsillo y busca una moneda. Percute con ella la ranura de la máquina hasta que cede y deja que se introduzca. Se acuerda de su infancia. Qué tiempos.
―Déme un azucarillo. Se le ha olvidado ponérmelo ―apremia al camarero.
―¿Algo más? ―le responde.
Cuando lo va abrir se le cae al suelo. Se agacha y justo en el instante en el que lo caza ve como una chica con unos zapatos de rayas atigradas blancas y negras se coloca, paralela, a cinco metros de él. Tenía un té escarlata ya frío sobre la barra.

La chica sonríe, le mira a los ojos, sonríe un poco más, se toca la comisura de los labios y le dice:
―Sí. El color de mi té es muy curioso… ¿Verdad?

3 Comments:

Anonymous Anónimo said...

El bullicio de la cafetería contrasta con el de la redacción de un pequeño periódico onubense. Se trata de bullicio en ambos casos, desde luego, algarabía, conversaciones mezcladas, cabreos por aquí-risas por allá...

Pero en última instancia no tienen nada que ver.

Se echa de menos aquella otra algarabía, la despreocupada, menos tensa, más libre reunión de la cafetería de una universidad.

Es como tener cuarenta años. Sentirse como debían sentirse nuestros padres a nuestra edad, en aquella generación progenitora del 'baby boom' que miraba al futuro con tanta ilusión, y que llenó el país de hijos. Es curioso, hoy en día los inmigrantes están haciendo lo propio (seguramente sus hijos ya no tendrán tantas ganas de liarse la manta a la cabeza...).

Es como sentirse un padre del 'baby boom', pero sin ilusión, por supuesto, y sin hijos. Y sin ganas de ellos. Es decir, es como sentirse un padre del 'baby boom', con tu trabajo, tus cien mil marrones, tus compañeros-jefes hijos de puta, tus facturas y tus alquileres, y, en todo momento, no querer ser 'padre baby-boom', sino hijo, el hijo libre y feliz que fuiste. Es querer volver a la libertad, a la creatividad, de la cafetería de la facultad, y a su acogedora algarabía.

Tan llena de chicas, de libros, de sueños y de amigos... Tan llena de proyectos...

Intentaremos que siempre haya proyectos, libros y amigos (sueños siempre los habrá). En cuanto a las chicas, mucho tiene que ver por supuesto el hecho de tener una compañera a mi lado con la sensación de ser un 'padre baby boom' sin vocación. ¿Amor o libertad? ¿Amor y libertad? ¿Puede sublimarse el amor para darle el matiz más positivo que puede tener, esto es el de querer sin pedir nada, y ser querido de la misma forma?

Acabo de recordar el objeto del presente texto -que constituye mi actual idea recurrente-: "para saber qué es lo bueno, primero hay que conocer qué es la mierda".

Un checo, apropiada nacionalidad por cierto, que compartió piso conmigo en el barrio de Delicias de Madrid, me contó un día que ésta era una de las ideas principales de 'El alquimista' de Coelho. Sin saber hasta que punto esto es cierto o no -pues casualmente no lo he leído aún-, esta filosofía me impregna y coincido totalmente con ella. Por supuesto, lo de ahora, matarme a currar en un periódico pequeño, es la mierda. De esta forma, algún día, cuando lo deje por otra cosa, sabré que estoy en el campo 'de lo bueno'.


Desde Huelva, brindando a la salud de los amigos, con respeto creciente, se os saluda, compañeros. Arriba la libertad, abajo el nacionalismo.

Santi Folch. Sevilla.

4/12/05 13:23  
Anonymous Anónimo said...

El reloj del ordenador marca 0:43. Es curioso. Una hora cero. Domingo. Desde la ventana se ve el vacío de la antaño hiperpoblada carretera. Es curioso. Ahora me parece bonita. El asfalto me atrae como un imán. Dan ganas de pisarlo y no parar hasta que el asfalto se convierta en arena. O piedra. O agua....Es curioso.

Milton Keynes.

5/12/05 00:45  
Anonymous Anónimo said...

té verde con olor a marruecos y color a escarlata, es ella con zapatos a rayas, chica del té, la que me hace pensar que la vida no se me escapa porque no hay finales iguales para historias diferentes

fanfan

5/12/05 19:18  

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