lunes, diciembre 12, 2005

En la estancia

“Dice un famoso escritor americano, entretenido en la razón imaginada (o imaginación razonada), que es más fácil enamorar a una mujer que fabricar cielos”. Eso le escribió Hans a Hyacinta hace unos años con el firme propósito de conquistar su corazón.

“Yo creo que sólo con una mujer se pueden fabricar cielos”. Concluyó.

Con el paso del tiempo, Hyacinta le reveló que la conquista había comenzado unos pocos días antes, con otras palabras, cuando, en un minúsculo papel amarillo, le había escrito:
“La mujer es un mal necesario”.

Sigue. El paso del tiempo. Hans está ahora sentado en un sofá ajeno, en una estancia apenas iluminada por una bombilla de cuarenta vatios. La luz se esconde tras una celosía de madera. Los brazos, en el regazo. Silencio. La mirada vaga perdida pero logra, al fin, concentrarse en algo. Cruza los ventanales madrileños, sale a la calle y permanece fija en la casa de señoras putas que está radicada en la acera de enfrente. Un burdel casero, de barrio, el ‘Moet & Chandon’. Hoy ninguna dama ha ido a trabajar.

Hoy, Hans empieza a dudar de ello. Quizá la mujer no sea un mal necesario. Quizá pueda prescindir de él. Quizá no. Sin embargo tiene una certidumbre. Está en deuda con ella. Sabe que le tiene que fabricar un cielo. Ignora el color, y cuándo, pero se lo va a fabricar.