sábado, diciembre 24, 2005

Alusiones, elusiones, ilusiones


Un concertista siciliano en el proscenio del Teatro Real de Madrid en un momento de su actuación el pasado lunes (DETALLE) / Hans G.

“Cuánta tos”, sentenció Battiato en el templo de la música culta en Madrid. La platea, que guardaba un silencio respetuoso a la espera de una nueva interpretación, jaleó el gesto. Ya estaba entregada.
Música culta, al menos eso revela el programa. La prueba del nueve para los adjetivos reside en los antónimos. Si no aguantan, es que algo falla. Veamos: música inculta. Rechina. Se puede ser un entendido en el arte, un musicólogo o melómano o hasta un musicómano, y no saber adjetivar. Y entonces el lector tiene que armarse su propia interpretación. Algo así como que, ciertamente, no es lo mismo cantar acompañado de 18 violines, 6 altos, 6 chelos, 3 contrabajos, piano de cola, sintetizador, oboe, clarinete… que junto a un baterista, un bajo y un guitarra que tocan de oído sin saber qué es saber tocar de oído.

―¿Qué es un genio en música? ―preguntó Buk a T. mientras apuraba su quinto ron negrita en el Calle 76.
―El que puede tocar de oído, aquél que es capaz de descifrar una nota en una escala sin referencia alguna ―respondió el baterista de jazz, que, moviendo desordenadamente las manos, añadió:― El abanico de notas posibles se abre casi hasta el infinito. Eso es terrible. Michel Camilo es terrible.

El concierto comenzó con el poeta y filósofo Manlio Sgalambro en escena. Si existiera Johann Sebastian Mastropiero, el compositor fabulado por Les Luthiers, sería como Sgalambro. Brazos caídos, pies grandes, pelo cano, formas alejandrinas. 'Teoría sobre Sicilia', recitó. Una oda a la pesadumbre que genera toda insularidad.

Franco Battiato no es un genio. Su voz rasgada arrastra el paso de sus 60 años. Pero con la misma sencillez hace progressive pop, que dirige una película, compone una ópera o se presenta en el templo madrileño de la música clásica y canta durante dos horas y media en cinco idiomas con la Orquesta Filarmonía ante un público tan mestizo como su trayectoria artística. Al Teatro Real acudió desde lo más granado de la sociedad madrileña hasta una pareja de lesbianas que no paró de darse el lote y hacerse fotografías o un chaval tan decepcionado (“¡¡en el disco no sonaba así!!”) que ponía en órbita su dedo corazón a la mínima ocasión.
Y Battiato sentado en una alfombra. “Vamos a quemar la noche”.

Rafael Chirbes recoge en su libro de ensayos El novelista perplejo unas palabras que escribió el poeta italiano Cesare Pavese en El oficio de vivir:
“Incluso cuando sentimos un latido de alegría al encontrar un adjetivo acoplado con felicidad a un sustantivo, que nunca se vieron juntos, no es el estupor por la elegancia de la cosa, por la prontitud del ingenio, por la habilidad técnica del poeta lo que nos impresiona, sino la maravilla ante la nueva realidad sacada a la luz”.
Pavese dimitió. Se jubiló anticipadamente. Se suicidó en una habitación del Hotel Roma en Turín hace más de cincuenta años.
Pero tenemos la música de Franco Battiato, que es como un feliz adjetivo. Y el lunes este talentoso siciliano adjetivó como nunca.