Relojes que (no) son de arena
Éste no es un reloj cualquiera. Es un reloj que hoy a las doce de la noche marcó las doce de la noche. Nada menos. La hora en el que se inauguraba “el alto el fuego permanente” anunciado por Eta. El principio del comienzo de la primera parte. Han pasado 18 horas y media. Minuto y resultado. Ecos y reacciones. Los protagonistas, sus declaraciones no sus hechos. La opinión pública (Joseba y Josemari paseando por Abandoibarra etorbidea: manifiestan su alegría pero también su prudencia). Trascendencia nacional, internacional y en el estado español. Ramoneda, escribe un artículo. Irlanda en fotos. Cómo hemos llegado a este desenlace. El contexto. Por descontado, hoy este blog está escrito desde el mismo centro de Bilbao, por si ustedes no se habían dado cuenta de que a mi espalda tengo el Guggenheim.
4 Comments:
Me ha parecido genial lo de "transcendencia nacional, internacional y en el estado español". Si me preguntan mi opinión, que se negocie y que se llegue a la paz pero que los que tienen manchadas las manos de sangre se pudran en la cárcel. Pese a lo que lagunos crean, no estamos en una guerra.
Era un tío duro. De esos que escupen en las calles y nunca saluda a la gente.
Ponía cara de mala ostia todo el día. Y no porque quisiera, sino porque alguien le había partido un palo de billar en la cara.
Fue en Barcelona. Hace cuatro años. Quiso pasarse de listo y se encontró con la horma de su zapato. O mejor dicho. Con una visita gratis a la sala de urgencias del hospital con siete dientes partidos, fractura en la mandíbula y, lo peor de todo, el orgullo de chuleta de barrio herido hasta el tuétano.
Caminaba balanceándose. Con un ritmillo que había visto en un vídeo musical de la MTV de esos raperos americanos que simulaban con sus manos que tenian una pistola mientras bailan con un grupo de tías buenas a su lado.
Quería ser como ellos o, por lo menos, parecerse. Por ello, había decidido tatuarse una calavera en la espalda y unos ojos en los antebrazos. Se sentía fuerte. Era el dios de la acera. Bebía cerveza. Fumaba marihuana, esnifaba cocaína y follaba con todo bicho viviente. Para él, el amor era cosa de débiles o de maricas. No se dejaba dominar por nadie ni por nada.
La ropa era su bandera. Pantalones caídos, camisetas grandes, zapatillas enormes. Todo, como se dice en su barrio, un b-boy.
Sus padres habían decidido llamarle Juan, como su abuelo. Pero él se rebeló. Con siete años escogió un mote que quiso imponerse a sí mismo. Era diciembre. Dos de la tarde. Una mañana fría. Pocos niños jugando en el parque. Él se presentó ante aquel grupo de chavales que jugaban al balón: "Hola soy Juan, pero podéis llamarme mosca".
Cuando vayas a Madrid, chulona mía,
voy a hacerte emperatriz de Lavapiés,
de Legazpi, Chamartín o la Latina,
dependiendo del atasco en el que estés.
Es Vallecas una zanja postinera
y Vicálvaro un boquete re-cañí;
en Atocha lo que mola es la trinchera
y el cascote en Arganzuela y Chamberí.
Madrid, Madrid, Madrid,
¡ay!, qué carita tienes de albañil;
Madrid, Madrid, Madrid,
¡ay!, que la valla ya te ha echao raíz...
Siete veces la negué y ocho veces me preguntó....
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