miércoles, mayo 03, 2006

In the Mood for Dinner

Los doce chinos de la tabla redonda fuman y gritan y se hacen fotos con cámaras japonesas y comen con palillos. ¿O es con las manos? Justo a su derecha otra mesa del mismo tamaño con doce chinas. Comen y comen y dan de comer a sus hijos, uno de ellos de poco más de seis meses. ¿Dónde estamos?
En un restaurante chino.
En Santa María de la Cabeza, el 'Buen Gusto'.

El mejor de Madrid.
Y no sólo porque la chinos vayan a celebrar sus juergas en sus mesas o te reciba en la entrada una foto del rey a tamaño natural con el dueño, sino porque la lubina agridulce es inmejorable. Porque uno empieza a comer y no puede parar de pedir hasta que se encuentra con un whisky en la mano. Porque cuando Chiang Kai-shek no está, te atienden tres camareras que sonríen, y no por condescendencia.

―¿Se puede fumar aquí?―pregunta EEL, el diplomático, al camarero Kai-shek, el cabreado.
Kai-shek gira la cabeza a la derecha, deslumbra por un instante a los comensales con su perfil de cera, observa a doce chinos que tienen una chimenea en el tupé y responde:
―Chí.
―Pero, ¿los ceniceros? ―continúa, en la embajada, EEL.
―Ño. Ño hay ―afirma con sorna su interlocutor, que se ríe con los ojos y se marcha con su indolencia a otra parte.

La escena es nueva. EEL y A., Emiliuken y A. Hans entre ellos. Luego se une Luisja. Repetida pero nueva, sí. Hans tiene la sensación de que ha pasado mucho tiempo, que hay más camino andado que por andar. Aunque no sea así. Los mira. Sus trabajos formales. Sus novias estables. Sus barrigas perpetuas. Los mira y los quiere. El paso del tiempo ha dejado su residuo. Cariño. Y no sabe cómo decírselo. Por un momento se cree protagonista de La espuma de los días y le empiezan a crecer nenúfares en su interior. Hay música. Sus amigos hablan (gesticulan, ríen, mueven los labios) pero no puede escuchar sus palabras, sólo la música, unos violonchelos tan humanos que sus arpegios parecen creados por cuerdas vocales. Las imágenes empiezan a ralentizarse, los gestos se vuelven cada vez más lentos. El director decide que lo mejor para esa secuencia sea elevar la cámara hasta un plano casi cenital. Más música. Fundido en negro.