Campos nevados de fresas
Un recipiente de cristal con fresas peladas y troceadas. (Cómo han llegado a este estado no ha trascendido)
Se coge un azucarero y se vacía la mitad sobre las fresas. El tamaño del azucarero es irrelevante. Campo nevado de fresas (verso de un poeta que no alcanzo a recordar).
Se introduce el recipiente en la nevera. Pasado n horas se coge con las dos manos ―ahora, milagro, una piscina rosada de fresas― y se bebe el manjar de dioses resultante hasta que las fresas se amontonen sobre las mejillas. A continuación, lengüetazos a mansalva. Si se tiene un loro gris africano en el hombro, él también dará lengüetazos hasta terminar con la cabeza como un chicle. Esta operación no tiene muy buena prensa y suele venir acompañada por peyorativos juicios de valor: “Mira que sois cerdos”.
¿Por qué hay tantos guitarras de jazz con apellido de origen italiano? ¿Por qué tocará tan bien el contrabajo Dave Holland? Quizá ―divago― porque compartiera escenario con Miles Davies en el Londres de los 70. Ese genio. Ese genio que no hay quien lo escuche. Al menos, desde el Kind of Blue. Me recuerda a Borges. Parece que nació para ser citado. Davies, además, era un negro de los que le molestaba que le llamaran negro. El jueves me echó del aula de informática de
Ahora ya estamos en disposición de introducir las fresas en un tubo cilíndrico de plástico, regar con dos vasos de leche y espolvorear con la mitad del azucarero sobrante. La leche se puede cambiar por yogur natural, que proporciona un efecto dulzón. Más edulcorante que dulzón, por eso es preferible la leche.
Se busca
Un batido de fresas.
¡El delirio, me cago en la puta!