Charlotte
La primera vez que miré a Charlotte a los ojos no pude sostenerle la mirada. Bajé la cabeza, endurecí la mandíbula y me aferré a mi manuscrito. No soy un pusilánime, tampoco un héroe. Hasta ese momento sólo la había visto en fotografías, bella, cautivadora, inmarcesible a sus 57 años, la mujer del editor más importante en todo el Imperio Británico. Cuando le ofrecí mis galeradas apenas dijo:
―Tráemelo traducido al inglés y lo verás publicado en tres meses con una tirada de veinte mil ejemplares.
Ni siquiera las hojeó. Cogió su taza de té rojo, dio un sorbo y encendió un gauloise. Y me ordenó que me fuera. Antes había escrito con una estilográfica de plata en mi libro el número de su habitación ―estábamos en la cafetería principal del Hilton― y una hora.
―Tráemelo traducido al inglés y lo verás publicado en tres meses con una tirada de veinte mil ejemplares.
Ni siquiera las hojeó. Cogió su taza de té rojo, dio un sorbo y encendió un gauloise. Y me ordenó que me fuera. Antes había escrito con una estilográfica de plata en mi libro el número de su habitación ―estábamos en la cafetería principal del Hilton― y una hora.
Cuando salí a la mañana siguiente del hotel supe que mi vida había cambiado. Uno no se puede acostar con la esposa de Thomas Crowne sin esperar las consecuencias. Uno no puede caminar con el olor de su perfume en el cuello con la conciencia tranquila. Sabe, con toda seguridad, que se ha enamorado.
El libro no se vendió mal. Ni bien, ni mal. Tuvo una edición posterior en español y mantuvo las ventas discretas de un escritor mediocre. No me importó. Supongo que mi única ambición consistía, por aquel entonces, en hacer visitas fugaces y clandestinas a las librerías de viejo de las ciudades más nostálgicas de la Commonwealth para rescatar mis libros de unos anaqueles de lance. Junto a Charlotte. Para estar juntos.
Pero la inercia me trajo aquí. A un hotel de Madras. A olvidarme de mis libros mediocres y aspirar a dirigir la editorial Crowne en la sombra. A verla bella, cautivadora, inmarcesible a sus 60 años. A bajar la cabeza y endurecer la mandíbula cada vez que me enfrento a sus ojos grises cortados por unos párpados como cuchillos. A no esperar más que su silencio, sus volutas de gauloise, sus sorbos de té rojo cuando le revele que no debe subir a su habitación por unas horas. Que todo se ha resuelto como fue planeado. Que ya lo he hecho.
1 Comments:
¿Por qué será que todas las personas mayores que nos atraen están podridas de dinero y poder? Como pudo haber dicho mi idolatrado Oscar Wilde: la pobreza, la mediocridad, la rutina son feas y poco atractivas
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