Rostro de mármol
Llega tarde. Camina apresurada entre los jardines de la Plaza de Oriente. Deja a su espalda a un mendigo que duerme encajonado en un matorral, a las estatuas silentes de los reyes visigodos, al escenario estático que parece el Palacio Real. Mira el reloj ―las 6.45 de la mañana― y apremia el paso. Le duelen los pechos, sabe que le va a venir la menstruación. Amanece cerrado y hace mucho frío. El viento gélido está a punto de congelarle las pestañas, que brillan, blancas, a juego con sus ojos acuosos.
«Llego tarde, 15 minutos tarde.» De pronto, endurece la mirada y aminora el paso. La luz halógena de una farola acentúa las ojeras cárdenas en su rostro de mármol: «¿Hace cuánto tiempo? ¿Hace cuánto de esta vejez? Me siento mayor, apagada. Tengo 28 años y me siento vieja. ¿Por qué? ¿Y en qué momento preciso dejé de sentirme joven? El intervalo entre un sentimiento y otro es pequeño, pero ¿cuándo? El día que cumplí 27, recuerdo, qué gran fiesta en La Cíngara, ese día me veía toda una veinteañera. Joven, sin taras. ¿Y hace tres meses, cuando cumplí 28? No, ya era otra, me sentía vieja. Quizá este trabajo, que me está consumiendo poco a poco. Las facturas, el alquiler del apartamento. ¿Paolo? ¿Nuestro amor; nuestra indolente y bonita rutina de perezas?»
Se para. Abre su bolso, busca un cigarrillo y empieza a fumar. El rumor sordo que fabrica la ciudad cuando se está despertando puede con el silencio. Ensimismada, se sienta en un banco forrado con una leve pátina de hielo.
«El día que cumplí 27 años ―piensa con la mirada perdida―, tenía el mismo trabajo, las mismas facturas y la misma rutina de perezas. ¿Cuándo, entonces?»
«Llego tarde, 15 minutos tarde.» De pronto, endurece la mirada y aminora el paso. La luz halógena de una farola acentúa las ojeras cárdenas en su rostro de mármol: «¿Hace cuánto tiempo? ¿Hace cuánto de esta vejez? Me siento mayor, apagada. Tengo 28 años y me siento vieja. ¿Por qué? ¿Y en qué momento preciso dejé de sentirme joven? El intervalo entre un sentimiento y otro es pequeño, pero ¿cuándo? El día que cumplí 27, recuerdo, qué gran fiesta en La Cíngara, ese día me veía toda una veinteañera. Joven, sin taras. ¿Y hace tres meses, cuando cumplí 28? No, ya era otra, me sentía vieja. Quizá este trabajo, que me está consumiendo poco a poco. Las facturas, el alquiler del apartamento. ¿Paolo? ¿Nuestro amor; nuestra indolente y bonita rutina de perezas?»
Se para. Abre su bolso, busca un cigarrillo y empieza a fumar. El rumor sordo que fabrica la ciudad cuando se está despertando puede con el silencio. Ensimismada, se sienta en un banco forrado con una leve pátina de hielo.
«El día que cumplí 27 años ―piensa con la mirada perdida―, tenía el mismo trabajo, las mismas facturas y la misma rutina de perezas. ¿Cuándo, entonces?»
4 Comments:
Eres el mejor, sin duda
Debido a la escasa afluencia de comentarios últimamente ¿no habrás optado por autoalabarte? muy propio del buen Narciso, el niño que le pidió a los Reyes... un espejito.
Tamara, siento defraudarla. Aunque no me extrañaría que Granda se autoelogiase, el piropo anterior no fue suyo, sino mío. Saludos.
Tamim
Señor Tamim, no se descentre de sus obligaciones, que pasan por exigir la titularidad (y una calle) de Hossam Hassan junto a Mido en punta y, sobre todo, por hacer la estancia del sabio de Hortaleza en El Cairo lo más placentera posible, así que ya le veo buscando un garito con máquinas tragaperras y dyc. Cuando hable con Shehata, un apunte: Barakat baja el rendimiento escorado en una banda.
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