miércoles, octubre 12, 2005

La noche y ella

María José tiene 24 años, está embarazada de cinco meses y hace años que no ve a su primer hijo. Su marido marroquí llegó un día y se lo llevó. “Si quieres volver a verlo, ven a Marruecos a por él”, le espetó. Y se fue.
Una plaza típica del Mediterráneo en el casco viejo de Valencia, en pleno barrio de El Carme.

Hace tiempo estuve en una exposición visual titulada ‘El Mediterráneo en Madrid’. En un vídeo, los creativos preguntaban a los madrileños, representantes de la ciudad universal, por aquello que caracteriza lo mediterráneo. “La paella, la horchata, las valencianas, la luz”, respondía, sesudo, un peatón.

Una plaza típica del no Mediterráneo en el casco viejo de Valencia, en pleno barrio de El Carme. Plaza del Tossal. Oscura, sucia, con apenas tres o cuatro parejas de inmigrantes apoltronados en sus bancos. Venden cervezas, pero a esas horas quedan pocos clientes. 4 de la mañana.

-María José tiene pocas luces. ¿No? Es entrañable, maternal, pero creo que no le da para resolver enigmas de Fermat.
Delaosa fue más explícito que Buk:
-Es impolutamente antilógica. A veces parecía que le estabas hablando en alemán. Es como si, siendo x=y e y=z, no supiera que x=z.

Se acababan de despedir de María José y Yamel, su novio argelino, de 33 años, tras una hora y media de charla. 5:30 de la mañana. Tan amigos. Habían quedado en el mismo sitio y a la misma hora al día siguiente. Los cuatro sabían que no se volverían a ver. Buk y Delaosa llegaron al Tossal después de deambular por El Carme a la caza de un pub decente que estuviera abierto. Arrastraban cuatro botellas de vino en el cuerpo y n pivos. Dos botellas pertenecían a una fiesta deconstruída de inauguración de una empresa de diseño donde se habían colado sin contemplaciones. Nada como una mirada altiva e indiferente al rostro de los gorilas para que te abran las puertas del Mar Muerto. Otras dos, éstas de vino rojo, a un restaurante chino. También deconstruído, porque ningún personaje jugaba su papel. Los chinos eran elegantes y la camarera china seria, arrogante como una praguense y escandalosamente bella. Tanto, que Buk no tuvo nada que hacer. Tanto, que Delaosa le escribió “Te quiero, tonta” en mandarín. No dibujó los ideogramas, únicamente trazó la trascripción fonética, pero el resultado fue el mismo. Un desabrido mohín de indolencia.
Las pivos se las agenciaron en la puerta del IVAM, donde vieron un concierto de jazz. Grandes aplausos y bostezos. A la salida, Buk se enfrascó en una sonora discusión con un bolchevique desarrapado que recolectaba las latas vacías que quedaban desperdigadas por las escaleras. Este concienciado ciudadano le había censurado el regateo con las rumanas que hacen negocio con la cerveza.
-Hago lo que me sale la punta de la polla -concluyó Buk-. Eso si que es ser libertario.

Noche mediterránea y primaveral de finales de septiembre. Escaleras vacías, sin rumanas ni latas que reciclar, lejanos ya los acordes sincopados, comenzaron la búsqueda de más música. Sin suerte. Así que, cuando llegaron a la placita del Tossal, se sentaron en un banco y empezaron a beber las latas que todavía conservaban en los bolsillos. En ese banco estaba María José.
-Está mojado -les recibió, contundente, María José-. Yo no me sentaría ahí.
-Ya, ya. Claro, claro.
-Bueno, haced lo que queráis.
-Anda bonita, tómate una cerveza.
-No puedo beber.
-Mira, igual que nosotros.

(Continuará)